Empezamos el día con un desayuno más que mejorable en el hotel Los Coronales, en Barajas. El hotel está muy bien, y cuenta con el servicio gratuito de traslado al aeropuerto. Nos llevaron a la T1 hacia las 8 de la mañana, a la espera del bus que nos dejó en Zamora después de 3 horas y media de soporífero viaje. De todas formas, he de reconocer que no me parece tiempo perdido aquel que me deja mirar a través de las ventanillas del bus: castillos derruídos, personas avanzando solas en medio de la nada, pistas que se pierden en lo lejano..., incertidumbre interesante...
Llegamos a Zamora ilusionados con todo lo que nos queda por delante y nos promete este viaje. Fuimos a los pinchitos picantes de El Lobo y nos ofrecieron papas arrugadas con mojo: lo impredecible del camino no se hace jamás de rogar.
Le presenté a Sergio el albergue, que esté año olía peor, pero que arrastra la afabilidad de lo que vivimos en él el año pasado. Otros albergueros y otros peregrinos; la misma magia o mejor... Este año no estaba nuestro amigo sevillano tocando la guitarra. Este año le tocó a Diana amenizar la noche agradable en la terraza.
Por la tarde recorrimos la ribera del Duero a su paso por esta preciosa ciudad, y vagueamos por su increíble casco antiguo, lleno de arquitectura románica.
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Antes habíamos cenado una rico menú de 10 € en la plaza mayor. El vino que incluye es una botella entera de tinto de Castilla_León. Nos sentó genial.
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