RHoy aprovechamos la intimidad y la comodidad del hostal y dormimos hasta las 8. Teníamos el desayuno incluido así que, una vez desayunados y con un calor que no habíamos sentido hasta hoy, comenzamos el camino en ascenso, otra vez por carretera. Un kilómetro y medio cálculo de subida. Luego una bajada similar y primer pueblo del día, casi en ruinas, y al lado de las vías del tren.
Al llegar a un alto con una cruz, abandonamos la carretera y pasamos un buen rato avanzando por una pista de tierra que nos ofrecía la vista de un enorme y frondoso valle, como no, también arrollado por las obras del AVE.
Comienza así una pronunciada bajada de varios kilómetros que te baja al fondo del valle de Laza, el pueblo donde dormimos hoy.
Cuando llegas a Laza debes pasar por protección civil, donde te dan las llaves del albergue y de la habitación que te toca, te informan perfectamente de todos los servicios del pueblo y de la siguiente etapa, y te sellan la credencial.
El albergue está perfecto. Únicamente el calor, como el caso de hoy, pone peros a un diseño lleno de ventanales acristalados que no se podían abrir y convertían el edificio en un horno, pero la limpieza del albergue, sus excelentes baños y cocina, lo hacen un sitio ideal para el peregrino.
Almorzamos un menú entre dos un bar del pueblo y compramos para la cena y el desayuno.
Por la tarde llegó la agradable sorpresa de Diana, que se había metido 34 km desde A Gudiña, la muy loca. Vino junto con dos peregrinos más, David y un señor argentino cuyo nombre no sé. Cenamos juntos los espagueti Giuliano (por cierto, Giuba, se te echa de menos en el camino. Un fuerte abrazó, amigo). Sergio, siempre llenó de ideas, sacó afuera una mesa, con lo que cenamos al aire libre con el frescor de la noche.
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