Sergio y yo nos quedamos en el Hostal Núñez, con precios excelentes porque también tiene bar-restaurante, limpio y cómodo, y que valoramos como se valora todo lo bueno del camino, muy por encima de lo que sería en una situación normal.
Pero empecemos por el principio: salimos del sucio albergue de A Gudiña pasadas las 7.30, y paramos a desayunar en el bar El Peregrino. Café con leche, tostadas con mermelada y mantequilla, botella grande de agua y bocadillo de mortadela para el camino. Todo, 7 €.
Comenzamos un suave ascenso por carretera y al poco rato teníamos a nuestros pies A Gudiña.
De hecho, casi todo el camino fue por una carretera con escaso tráfico, por donde transcurrió la mayor parte de la etapa y que, como siempre en el camino, nos deparó las anécdotas que luego te llevas en el recuerdo.
Paramos en algún momento a descansar, a ver el paisaje, a renovar energías...
Así llegamos hasta una empinada pendiente en bajada de tierra y piedra suelta, al final de la cual se divisaba el pueblo de Campobecerros. Al lado del pueblo la barbaridad, la herida que le está inflingiendo las obras del AVE a la naturaleza. Si se mira bien, a la derecha de la obra se ve el pueblo, encogido ante tamaña barbarie.
En Campobecerros no hay albergue oficial. Habíamos reservado en el hostal Núñez, lo que estuvo bien a la hora de descansar un día de mejor manera. Este hostal contaba con bar y restaurante, y como viene siendo habitual en estos días, comimos de lujo para yo, dormir siesta; Sergio, dar una vuelta por el pueblo. Antes, tuvimos que desalojar a un pajarito que se coló en la habitación.
Visitamos la casa particular que hace de albergue auxiliar cuando se llena el hostal. No tiene desperdicio. Es un sitio de los que sólo te encuentras en el camino o en casa de tu abuela.
Por la noche, cervecitas y máxihamburguesa.
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GIUBA