Nos levantamos temprano porque nos esperaba la etapa más dura y larga, lo que ya es decir mucho en este Camino del Norte. A las 6.30 estábamos desayunando en el bar delante del albergue. Se agradece ese servicio a esas horas, porque no siempre puedes contar con él. A las 7 comenzó la escalada, de sopetón y sin tiempo de calentar piernas. Como viene siendo habitual arrancamos del mar para, en un par de horas, tenerlo allá abajo, lejos en la distancia. El sendero trancurría por un bosque cada vez más portentoso.
Caminamos un trecho con dos chicas de Tacoronte. Nos agradó mucho la compañía.
Después de mucho caminar, y cuando ya daba por pérdidas mis piernas tras un fortísimo descenso, llegamos a Markina. Tuvimos que esperar a que abrieran el albergue, a las 3 de la tarde. Ese día Caminamos 7 duras horas.
Me gustaría apuntar lo educadas que han sido todas las personas con las que hemos coincidido en los albergues, bastante llenos en este camino: respetuosos, amables y tranquilos. Nos organizamos perfectamente y no he asistido hasta ahora a ningún desencuentro ni mal rollo.
Salimos a almorzar y me quedé a descansar un poco. Estaba más que agotada, pero al final salimos a dar una vuelta por el pueblo. Había fiestas y organizaron carreras de atletismo. Por la noche cenamos lasaña de microondas y a dormir.
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