Anoche dormí en el hotel Ucanca, en San Isidro. 42 euros fue el precio de una habitación muy correcta y confortable, así que valió la pena. Estaba a 5 minutos en guagua del aeropuerto, por lo que llegué con tiempo de sobra: sablazo típico de los bares del aeropuerto (no sé si alguien de una vez debería de intervenir en estos precios de abuso...); espera impaciente; embarque con algo de retraso en Ryanair y poco más que contar a esta hora del día.
En Tenerife llovía, no obstante el vuelo fue plácido. En Oporto el tiempo era otro. Carlos ya estaba esperándome en el aeropuerto. Había llegado de Madrid un rato antes que yo. Cogimos el metro sin dificultad hasta el Albergue de Peregrinos. Nos registramos y salimos a almorzar y a callejear.
Mañana empieza el verdadero camino, el de mochila y kilómetros. Quiero ser optimista respecto a mi rodilla, pero sé que me puede fallar si la fuerzo demasiado. No será un drama pero sí un pequeño fracaso.
Hasta mañana no lo sabré.
El Albergue es una casa antigua de tres pisos y habitaciones amplias, comedores, cocina y zonas de estar. Junto a la parte trasera del viejo edificio hay un enorme patio lleno de árboles, plantas, hortalizas, frutales, hamacas, barbacoas, y yo qué sé que más... Tiene personalidad este sitio.
Nuestra habitación abre enormes puerta-ventanas a la calle. Tiene 3 literas cómodas. Nos dan una a Carlos y a mi. Me pido la de abajo, me ducho y me tumbo a escribir en blog.
Aquí lo dejo por hoy.
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