Carlos me despertó esta mañana porque dormía profundamente y ya eran las 7. La mayoría ya no estaba en el albergue. Hice cómodamente la mochila en la sala de estar, para no molestar a mi vecina de litera, que era la única que seguía descansando a aquella hora aún temprana, pero tardía para un peregrino que se precie.
De repente empezó a llover. No fuerte, pero sí constante, así que estrenamos los chubasqueros que traíamos para "por sí llovía ".
Ya el cansancio era notable. Llevábamos unas 6 horas de camino y necesitaba ya llegar al albergue, que sabíamos cerca pero no lo suficiente.
Nos dirijimos rumbo al largo paseo marítimo, a la vez que iba viendo los primeros wassaps del día, informándome de los últimos acontecimientos de La Bombilla y Puerto Naos, con la esperanza siempre de que la gente decida por fin entrar a sus casas y desenmascarar esta farsa de los gases. Pero eso es otro cuento...
Una vez acomodada la mochila de otra manera más cómoda, entramos a desayunar en la primera cafetería que encontramos abierta. Estupenda, por cierto!
Ya después del primer café con leche, se camina más ligero. Hoy teníamos 26 km por delante y las dudas aparecen, pero la rodilla sigue genial: cruzó los dedos...
Acabado la larga avenida, se acaban los edificios y te adentras de nuevo en las pasarelas de tablillas y playas salvajes. Nos llamó la atención la recolección de algas, que tendían al sol y luego eran amontonadas para mezclar con la tierra de cultivo. Fertilizante ecológico y barato, de gran calidad, según nos contó una señora a la que pregunté.
De pronto, el Camino cambia el paisaje y comienza a discurrir por una zona de interior, agrícola y rural.
De repente empezó a llover. No fuerte, pero sí constante, así que estrenamos los chubasqueros que traíamos para "por sí llovía ".
Ya el cansancio era notable. Llevábamos unas 6 horas de camino y necesitaba ya llegar al albergue, que sabíamos cerca pero no lo suficiente.
Como los restaurantes cercanos estaban cerrados, hicimos pasta al estilo Giuliano. Sencilla y rica. Invitamos a un peregrino holandés que entró a la vez que nosotros al albergue.
Carlos se dio su vuelta de las tardes y yo me quedé descansando. Y poco más: una cena rápida de pan, tomate, sardinas y queso. Una charla amena con Omar, el alberguero argentino, y poco más.
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