Nos despertamos a las 6.30 de la mañana y salimos del albergue a las 7.15. Cogimos el metro hasta Sá Bento, en el corazón de Oporto, donde íbamos a empezar el Camino.
Después de un café con leche rápido, bajamos rumbo a la rivera del río, cerca de la cual encontramos la primera flecha amarilla pintada en un viejo muro de piedra. Y pensé: ahora sí que estoy haciendo el Camino.
Ya con las fuerzas justas, llegamos al pueblo sin mucha alma del albergue: Labrugue. Aliento para comunicar lo justo a la políglota alberguera, ducharme como si fuera la última vez y lavar un montón de ropa de casi 4 días. Luego salir a almorzar.
Creo que los 500 metros de ida y 500 de vuelta, del albergue al restaurante y del restaurante al albergue, fueron como una etapa más. Para no variar, me dolía algo: el músculo que recorre la tibia me traía los malos recuerdos de un Camino que tuve que abandonar, algunos años atrás, al pasar por Zamora por este mismo dolor. Intento disolver la contractura que sé que se está formando, haciendo fuerte presión en la zona. Duele ese remedio pero no importa. Sin embargo, la rodilla ni la noto! Qué cosas!
Para terminar, nos invitaron a cenar. Son italianos y no se conocen, pero así es el Camino.
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