Hoy hay muy poco que contar para todo lo vivido ayer. Comenzamos la etapa con un café con leche en la cafetería que está al lado del albergue de Labruge.
Salimos de ese pueblo de paso, por unas calles estrechas de piedra habitadas por casa, también de piedra que recordaban a la cercana Galicia, porque las fronteras políticas no tienen mucho que ver, a veces, con las humanas.
Bajamos de nuevo la recta que nos acerca a la senda de tablillas que recorre la costa, y seguimos justo donde lo dejamos ayer.
Atravesamos playas, dunas y pueblitos pescadores, como cada día viene siendo habitual.
En un momento de la etapa, el Camino nos llevó a un pequeño pueblo situada algo más interior, donde por unos kilómetros el paisaje cambió y se hizo rural y de tradición. Allí, en Vila do Conde, entramos atravesando un puente sobre un río manso.
Nos sentamos a descansar en una cafetería de la antigua plaza del bonito pueblo.
Salimos de ese pueblo de paso, por unas calles estrechas de piedra habitadas por casa, también de piedra que recordaban a la cercana Galicia, porque las fronteras políticas no tienen mucho que ver, a veces, con las humanas.
Muy pronto entramos a una ciudad mucho mayor y con mucho menos encanto, donde está el albergue en el que escribo hoy el blog.
Hoy la etapa fue corta y tuvimos q esperar casi dos horas tirados en el banco de piedra de una acera frente al albergue, a que lo abrieran a las dos. Había ya una pequeña cola de Peregrinos esperando, pero nada que ver con el montón de gente que invadimos eyer el albergue de Labruge.
Estábamos frescos por lo corto de la etapa. Salimos a almorzar sin ducharnos ni lavar. Potaje y chicharros de segundo.
Luego Carlos se fue a dar un garbeo por el pueblo, que es grande y turístico, sin mucho que reseñar.
Yo me fui a ducharme y a lavar.
Descansé, contesté correos, solicité alguna factura a un laboratorio y más enredos. Luego salimos a cenar al bar que está en frente del albergue, mientras veía el Portugal-España yo, porque Carlos pasa del fútbol.
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