La mañana empezó lluviosa, por lo que no nos dimos prisa en levantarnos para empezar a caminar. De hecho cayó un aguacero poco alentador sobre las 8 de la mañana, mientras tomaba un cortado en la cocina del albergue. Lo peor pasó pronto y aunque no escampó del todo, nos atrevimos a empezar el Camino con una lluvia fina, similar a la de ayer.
Definitivamente, el Camino ya discurría por el interior, aunque alguna vez que otra se vislumbraba el mar en la lejanía.
Y después de un tentempié mañanero, y tras pasar algún barrio pintoresco, nos vimos, casi sin darnos cuenta, atravesando un bosque por la ribera de algún río cuyo nombre no sé.
Salimos del bosque por una empinada cuesta que nos llevó a la iglesia más importante del Camino Portugués, según nos informó un ciclista que pasaba por allí.
Y así seguimos la etapa hasta llegar al enorme puente de Eiffel que te lleva a Viana do Castelo, donde pasaremos noche en el albergue de Peregrinos de la antigua ciudad.
El puente es muy largo, pero no me di cuenta de que era también alto sobre el río. Al poco de empezar a cruzarlo, una chica que caminaba delante se paró y le pidió a Carlos que le diera la mano. Tenía vértigo y lo estaba pasando realmente mal. Yo pensé que era ciega y pedía ayuda, pero luego me lo aclaró Carlos.
El albergue es un antiguo convento, con varias habitaciones con camas individuales. Es cómodo y tranquilo.
Sobre las 8 Carlos, que no para la pata, me llamó para cenar. Me puse ropa de abrigo y salí en su busca. Él había visto un pequeño restaurante y no se equivocó.
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